Nunca conseguía superar la conmoción que me producía la visión de su cuerpo tan perfecto, blanco, tibio, pulido igual que el mármol. Deslicé la mano por su pecho recorriendo los lisos músculos de su estómago maravillándome. Le atravesó un ligero estremecimiento y su boca buscó la mía de nuevo. Con cuidado dejé que la punta de mi lengua presionara su labio liso como el cristal y él suspiró. Su dulce aliento sopló frío y delicioso sobre mi rostro.
lunes, 27 de diciembre de 2010
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